Treinta y dos años tenia el Capitán Fridolf Ericsson cuando, procedente de Suecia, arriba a la Argentina comandando un barco para la carga de cereales en el puerto de Rosario. Corría el año 1886. Este joven creyente viene a éstas tierras por su trabajo y ocupación; en ese momento no cruza por su mente nada en particular. Pero he aquí que le sucede algo muy singular; según expresión propia, se "enamora" de esta ciudad. Nos preguntamos, que le atrajo de Rosario?
Su país natal era (y es) bellísimo y ya en ese entonces el standard de vida era muy superior al nuestro; además, había visitado las grande ciudades del mundo, y el interrogante vuelve a surgir; ¿que atracción tuvo Rosario para el? Sin duda alguna, el Espíritu Santo comenzaba a actuar en su vida y en este rincón del planeta.
Cuatro años mas tarde, en 1890, regresa a Rosario con otro barco, y en la Misión de Marineros conoce al misionero Jorge Spooner, que estaba al frente de la misma en ese entonces.
Su país natal era (y es) bellísimo y ya en ese entonces el standard de vida era muy superior al nuestro; además, había visitado las grande ciudades del mundo, y el interrogante vuelve a surgir; ¿que atracción tuvo Rosario para el? Sin duda alguna, el Espíritu Santo comenzaba a actuar en su vida y en este rincón del planeta.
Cuatro años mas tarde, en 1890, regresa a Rosario con otro barco, y en la Misión de Marineros conoce al misionero Jorge Spooner, que estaba al frente de la misma en ese entonces.
Vuelve por tercera vez en 1891, y es cuando, juntamente con los esposos Spooner, y en el Hogar de Marineros, los tres, celebran por primera vez la asi llamada "Cena del Señor" (recordatorio de la ultima Cena o Pascua celebrada por Jesús y sus apóstoles). Tan enamorado sigue el Capitán de Rosario que, de vuelta a su patria, habla con su otra enamorada, la Srta. Lina Erika Petterson, llegan a un acuerdo, contraen matrimonio y viajan a la Argentina para radicarse definitivamente en esta ciudad. El tenia 37 años y ella 20: valiente y decidida, dos virtudes que la caracterizarían hasta el final.
Dios seguía obrando. A partir de su radicación en Rosario, aprendiendo el idioma y testificando en la medida de sus posibilidades, llega el año 1894, cuando en una epidemia de cólera, muere el misionero Spooner y uno de sus hijitos, y entonces el Capitán (así se lo conocía), se hace cargo de la Misión de Marineros. Este era el lugar donde se recibía a los muchos marineros y oficialidad que en esa época llegaban al puerto rosarino; se les daba de comer, se les aconsejaba previniendoles de estafadores e inescrupulosos comerciantes que se aprovechaban de su desconocimiento del dinero etc. etc., pero sobre todo se les predicaba a Cristo, personalmente y en reuniones que allí celebraban. Los esposos Ericsson establecieron su hogar primeramente en calle Urquiza 2281, donde nació su primer hija, Mary Carolina. Allí mismo también se realizaron reuniones durante un corto periodo, posiblemente mientras se construía el salón en la calle Salta. Pasado unos años, se radicarion en el barrio Sorrento, cerca del río y frente a los terrenos donde mas tarde se levantaria la usina eléctrica. Ese sitio, esa casa de Sorrento 217, ese hogar, fue convertido en una verdadera posta para los misioneros y obreros cristianos que transitaban por el país. Allí recibían amor y cuidados en su enfermedad; recuperaban fuerzas y animo en sus continuos "ir y venir" por las provincia del norte y noroeste. Se les acondicionaba la ropa y se les proveía de todo lo material necesario. Se los familiarizaba con el idioma y las costumbres del país.
El Capitán, que no tenia el don de predicación ni exposición de la palabra, puso desde el principio su dinero, sus ingresos, a los pies del Señor, y Dios lo aprobó y lo utilizo grandemente.
Muy pronto la familia hablaba, además del sueco, el ingles y el castellano, y así eran de ayuda para aquellos que venían sin conocer nada de nuestra lengua.
En su corazón, estaba la obra de calle Brown, luego la calle Salta; del barrio Sorrento o Alberdi, que luego derivo en este barrio Sarmiento. Doña Lina trabajaba incansablemente entre las villas, entre la gente mas desposeída (eran pequeñas islas que ahora están ocupadas por clubes y guarderías náuticas), enseñándoles a coser, cocinar, primeros auxilios y normas de higiene, y por supuesto, lo primordial, la Palabra de Vida. Su mesa estaba siempre llena, dispuesta para chicos y grandes, pero siempre perseguía un mismo fin: hacer conocer a otros la salvación por medio de Jesucristo.
Texto escrito y puesto a disposicion por Sara Nardi Ericsson de Ingledew